martes, 17 de febrero de 2009

Jack el Destripador - Desde el infierno verdadero (final)

Aquí traigo la última parte de la historia de Jack el Destripador. Los que se quejaban de lo largo de la primera parte tendran que resiganrse en esta ;)
Quienes se enganchen con el tema, se que encontraran mucha información valiosa, y quienes no, pues, pueden seguir de largo a mi blogroll donde encontraran buenos artículos de otros variados temas.
Quienes se interesan por este tema pueden enriquecer su conocimiento sobre la mentalidad criminal en el blog de "El morador del abismo" que ha realizado un largo y muy interesante estudio basado en informes médicos y psicológicos.

Recuerden que las imágenes presentadas en este artículo pueden herir la sensibilidad del lector.


Louis Diemschutz circulaba por la calle Berner cuando su carrito entró en el patio, cuyas puertas estaban aún abiertas. Entonces ocurrió algo extraordinario. El caballo se encabritó violentamente, arrojando casi al suelo a Diemschutz. Este hurgó a su alrededor en busca del obstáculo que no acertaba a ver, hasta que entró en contacto con un objeto que le pareció suave y poco duro. Saltó entonces del carro, encendió una cerilla y a su temblorosa luz divisó la forma de una mujer como acurrucada junto a la tapia.

No tuvo la menor duda del significado de su hallazgo. Casi instintivamente supo que la mujer estaba muerta, y el pavoroso nombre de Jack el Destripador pasó por su cerebro, en tanto corría hacia el club para comunicarles a sus amigos el macabro hallazgo. Zozebrodski, un miembro del club, le acompañó hacia el patio. La mano de Diemschutz temblaba tanto que la vela que sostenía estuvo varias veces a punto de apagarse, pero al fin a su luz observaron la figura de la mujer con más detalle.

Se hallaba arrojada en el lado izquierdo del patio, con las piernas encogidas hacia arriba y los pies apoyados en la pared. La cabeza descansaba en el suelo. Tenía los vestidos húmedos, pero al mover el cuerpo la Policía descubrió que el suelo sobre el que había reposado el cuerpo estaba completamente seco.

En cuanto a Diemschutz, sólo notó el leve hilillo de sangre que manaba del cuello de la víctima.
“Debía de haber más de dos cuartas de sangre en el suelo” les dijo a los jurados, cuando declaró en el juicio.
Tocó el cadáver y se sorprendió al comprobar que aún estaba caliente. La mujer debía de haber muerto unos minutos antes de la llegada de Diemschutz.

Poco después de que Diemschutz hubiese descubierto la víctima del crimen del patio de la calle Berner, en realidad una hora más tarde aproximadamente, se descubrió otro asesinato dentro de la City de Londres. Este segundo crimen, que tuvo lugar en la plaza Mitre, sobrepasó en audacia a todos los anteriores delitos de Jack el Destripador. Era como si el asesino hubiese actuado en un crescendo de sangre y violencia.

El Destripador tuvo aproximadamente cuarenta y cinco minutos para trabar conocimiento con su segunda víctima, arrastrarla al rincón más oscuro de la plaza Mitre, cortarle la garganta y efectuar sus múltiples mutilaciones del cadáver. Pero el tiempo de que dispuso el Destripador aún puede estrecharse más.

La plaza Mitre, que está bordeada en dos lados por los almacenes de los señores Kearley y Tonge, importadores de té, “estaba patrullada cada quince minutos por un policía”, gracias a cuya regularidad es posible fijar la hora del crimen entre la una y media y la una y cuarenta y cinco minutos. Además, había un vigilante nocturno en el almacén de té a la hora del asesinato.

El Destripador corrió un gran riesgo, asimismo, porque mucha gente cortaba por la plaza Mitre en dirección a la Puerta del Obispo; y después de la una, un sábado por la noche, había bastantes personas que, al salir de las cercanas tabernas, pasaban por allí en dirección a sus hogares. No sólo esto: la plaza tenía entradas a la misma, desde la calle Mitre, la plaza de Duke y la plaza de San Jaime, todo lo cual mermaba las posibilidades del Destripador. Pero el hecho de no ser visto por nadie contribuyó a que la gente le atribuyese un poder sobrenatural.

El policía Edward Watkins, con la placa 881, no vio ni oyó nada desusado cuando pasó por la plaza Mitre a la una y media. Fue un cuarto de hora más tarde, en su ronda siguiente, cuando su linterna captó la forma de una mujer que yacía en lo que parecía ser un charco de sangre en el rincón sudoeste de la plaza. El policía, al parecer compartió el mismo presentimiento que Diemschutz, ya que al instante no tuvo la menor duda respecto a su descubrimiento.

Ni siquiera se molestó en comprobar si la mujer estaba aún con vida, tan seguro estaba de lo contrario, y corrió por la Kearley, hacia el almacén de Tonge, cuya puerta parecía entreabierta, llamando a gritos al vigilante nocturno.
El vigilante era un policía retirado, por lo que no vaciló en cumplir con su deber. Mientras tanto, a solas con el cuerpo, el policía Watkins se armó de valor para examinar el cadáver con más atención.
La víctima yacía boca arriba, con la cabeza inclinada al costado izquierdo.

Llevaba unas botas de hombre, y tenía la pierna izquierda extendida, en tanto la derecha estaba doblada por la rodilla; los brazos se hallaban asimismo extendidos, con las palmas de las manos hacia arriba, en actitud de súplica. La garganta se hallaba terriblemente mutilada, y tenía un gran corte desde la nariz hasta el ángulo derecho de la mejilla. El ojo derecho estaba completamente hundido, faltando una porción de la oreja derecha. Cerca de su mano derecha, en el suelo, había un dedal.

El mayor Smith pudo trazar la ruta seguida por el asesino. Desde la plaza Mitre tuvo que cortar hacia Hounsditch y la calle Middlessex, pasando a la calle Goulston, donde dejó una huella tangible de su paso, y luego hacia el norte por la calle Dorset, donde se detuvo el tiempo suficiente para lavarse las manos, tintas en sangre, en una fuente pública situada a unos seis metros de la calzada. (Cuando el mayor Smith llegó a tal lugar, el agua todavía no había arrastrado toda la sangre por completo.) Su familiaridad con Whitechapel queda demostrada por el hecho de que el Destripador sabía dónde se hallaba la fuente, algo apartada de la calle. A partir de allí se perdió todo rastro del criminal.

El policía Alfred Long, de la División H de Whitechapel, pasaba por la morada de modelos “Peabody”, en la calle Goulston, a las dos y treinta y cinco de la madrugada, cuando distinguió un trapo manchado de sangre, que resultó ser un pedazo del delantal de Catherine Eddowes, cortado con un cuchillo.


Se hallaba en un pasaje que conducía a la escalera de los pisos de las modelos, números 118 y 119, pero no había estado allí cuando el agente pasó a las dos y veinte. Escrito con tiza sobre la pared, directamente encima del trapo, había un mensaje redactado con caligrafía escolar: “The Juwes are the men That Will not be Blamed for nothing”

Una posible traducción seria: “No hay que acusar de nada de esto a los judíos”.
La teoría de Stephen Knight acusa a masones relacionando la palabra "juwes" a la leyenda masónica de Hiram Abif y de sus asesinos: Jubela, Jubelo, y Jubelum, los Juwes (teoría que también maneja la película).

El policía Long registró inmediatamente la escalera y demás zonas del edificio, pero no halló nada. Llevó luego el pedazo de tela a la comisaría de la calle Comercial, y comunicó su hallazgo al inspector de servicio.
Inmediatamente, el mayor Smith, envió al inspector James Mac Williams con los detectives Halse y Hunt a la calle Goulston con órdenes de fotografiar el escrito del muro. Mientras tanto, Sir Charles Warren había llegado al lugar del suceso.

Y entonces ocurrió el episodio más asombroso de esta larga noche de crímenes y sobresaltos. Sir Charles Warren, que se había apersonado en el lugar, no sólo denegó el permiso para fotografiar el escrito de la pared, “sino que ordenó que inmediatamente fuese borrado”. En vano protestó el inspector MacWilliams, alegando que era un error destruir tamaña evidencia.

“Aquellas palabras fotografiadas” arguyó el policía “podían resultar una pista importante en la identidad del asesino”. Pero Sir Charles se negó a rescindir su orden. (El mayor Smith asegura que Sir Charles borró el escrito con su propia mano, aunque esto no está claramente dilucidado.) Sir Charles justificó su acción alegando la inminencia de un alzamiento antisemita.

La víctima de la calle Berner, aunque no identificada inmediatamente, era Elizabeth Stride, conocida también como Long liz (Liz la Larga), una viuda de cuarenta y tres años, de origen sueco (fue la única víctima extranjera de Jack el Destripador).

Una mujer grande, huesuda, consumida por el hambre, como descubrieron los médicos George B. Phillips y Frederick Blackwell al examinarla en el lugar del crimen. Tenía las facciones afiladas, y su boca, ligeramente entreabierta, reveló que le faltaban todos los dientes de la mandíbula inferior.

Llevaba un pañuelo en torno al cuello, cuyo lazo se hallaba levemente inclinado al lado izquierdo. Siguiendo el borde del pañuelo, un cuchillo le había segado la garganta, seccionando por completo la tráquea y la arteria carótida izquierda. La Stride murió como resultado de la hemorragia. El Destripador, sin embargo, no tuvo tiempo de efectuar sus acostumbradas mutilaciones en el cuerpo. Pero había indicios de que había sido interrumpido en su tarea por la llegada de Diemschutz y su carrito, cuyo traqueteo se oía desde cierta distancia.

La Stride llevaba un abriguito negro de estambre, con una piel, y debajo un vestido de satén negro, muy ajado, botas abrochadas a los lados y medias blancas. El sombrero, que le había caído de la cabeza, era de crepé negro. Hubo cierta controversia respecto a lo que tenía en las manos. The Times informó que sostenía un racimo de uvas en la mano derecha, mientras que la izquierda se cerraba sobre unos dulces; pero en el juicio sólo se mencionó un pequeño paquete de cachús envueltos en papel de seda, en su mano izquierda. Tanto el abrigo como el vestido se hallaban desabrochados, pero aparte de esto sus ropas no estaban desordenadas.

El tejido estaba limpio y en buen estado, manifestó The Times concienzudamente. En sus bolsillos fueron hallados dos pañuelos, un dedal de latón, y una madeja de hilo negro.
A pesar de que todavía no había amanecido, se congregó una gran muchedumbre en la calle Berner, siguiendo la camilla más de sesenta buscadores de emociones fuertes. Así, seguida por este extraño cortejo, Liz la Larga efectuó su viaje hasta el depósito mortuorio de Saint George-in-the-East, de la calle Cable.

El juez de guardia Wynne E. Baxter fue también quien presidió el juicio por la muerte de Elizabeth Stride, en la calle Cable. Frederick W. Blackwell, cirujano agregado al Hospital de Londres, informó con respecto a la autopsia, realizada a las tres de la tarde del lunes 1° de octubre. Afirmó que cuando llegó a la calle Berner, a la una y diez minutos de la madrugada, el cuerpo de la difunta todavía no se había enfriado; el cuello y el pecho aún se hallaban calientes, así come la cara y las piernas. La mano derecha descansaba sobre el pecho, hallándose parcialmente manchada de sangre. La izquierda estaba cerrada parcialmente, apretando un paquetito que contenía unos cachús envueltos en papel de seda.

Blackwell declaró que la muerte sobrevino por hemorragia de la carótida izquierda. La incisión del cuello empezaba en el lado izquierdo, a unos siete centímetros por debajo del ángulo de la mandíbula, cortando en dos la tráquea y terminando en el lado derecho, pero sin haber seccionado la carótida de este lado.

“Soy de la opinión de que el asesino asió a su víctima por detrás, tirando del chal que la muerta llevaba en torno al cuello, con lo que empujó a la desdichada hacia atrás. Pero no puedo decir si le cortó la garganta mientras la mujer aún estaba de pie o era empujada” dijo al juez.

George B. Phillips, que había ayudado a Blackwell, testificó que la descomposición de la piel ya había empezado cuando se realizó la autopsia, apareciendo manchas de color pardo en la superficie anterior de la barbilla izquierda. La autopsia reveló adhesiones pulmonares en la pared del pecho, indicando un caso de tuberculosis. Ambos pulmones se hallaban extraordinariamente pálidos.
Asimismo, la pierna derecha estaba ligeramente deformada como resultado de una fractura anterior.
El estómago era grande y en la hora de la muerte contenía restos de comida parcialmente digerida., consistente en queso, patatas y polvo farináceo. No había rastro de drogas en el estómago. (Algunas personas opinaban que el Destripador drogaba a sus víctimas antes de cortarles la garganta.)

El juicio de la Stride no estuvo exento de sorpresas. Primero, hubo el testimonio concerniente a un cuchillo hallado en la ronda Whitechapel. El arma tenía de veinticinco a treinta centímetros de longitud, en forma de daga, afilado por un lado y manchado con sangre seca. En torno al mango había un pañuelo doblado y retorcido. El pañuelo también estaba manchado de sangre. Fue encontrado en el umbral del número 252 de la ronda Whitechapel por Thomas Coran, empleado de un almacén de cocos, que regresaba a su casa después de haber visitado a unos amigos, a las doce y media de la noche del lunes, 1° de octubre. Coran no tocó el cuchillo, sino que llamó a un policía que pasaba por allí.

Fue examinado por los doctores Phillips y Blackwell, los cuales al principio opinaron que el cuchillo era demasiado romo para haber sido el arma de los asesinatos, aunque las heridas podían muy bien haber sido infligidas con aquel cuchillo, admitieron después ante el juez de guardia.
Pero aún más importante que este descubrimiento fue el hecho de haber sido vista Liz la Larga, con un individuo poco antes de su muerte, por tres testigos que declararon voluntariamente lo que sabían. Sus descripciones del sujeto variaban, pero todos identificaron positivamente a la Stride.

El primero fue William Marshall, un obrero del número 64 de la calle Berner, quien afirmó haber visto a la Stride hablando con un hombre, a las doce y cuarenta y cinco de la noche del sábado. La pareja estaba tres portales más abajo del sitio donde él se hallaba.

“No presté mucha atención en ellos. Yo estaba junto a mi puerta, pero me fijé en que él la besaba. Y oí cómo le decía: No digas más que tus oraciones”. El hombre hablaba en voz baja y parecía ser persona educada. Pero no había ningún farol cerca, por lo que no pude verle la cara”, declaro Marshall.

Presionado para una descripción más detallada del hombre, Marshall aseguró que le había parecido de mediana edad, de cerca de un metro setenta de estatura, más bien corpulento, y con una levita negra. También le había parecido observar que iba recién afeitado.
“Estaba vestido decentemente y parecía un empleado de oficina. Llevaba guantes, pero ningún bastón ni nada semejante”.

El policía William Smith, placa 452, cuya ronda incluía la calle Berner, prestó declaración. Pasaba por la calle Berner a las doce y treinta y cinco de la noche cuando vio a la Stride hablando con un hombre. Este era de estatura media, de unos veintiocho años de edad, bien afeitado y de aspecto respetable. Llevaba una levita oscura, un sombrero de fieltro también oscuro y un paquete hecho con periódicos que medía unos veinticinco centímetros de longitud (esta descripción era tan clara que circuló inmediatamente por Scotland Yard).

Cuando Smith vio más tarde a la difunta tendida en medio de un charco de sangre, la reconoció al punto, informando a sus superiores.
La Stride y su amigo todavía fueron vistos juntos más tarde, exactamente a las doce y cuarenta y cinco, o sea, poco menos de un cuarto de hora antes de la muerte de la mujer. James Brown se dirigía a cenar a su casa a aquella hora cuando observó a la pareja junto a un muro de la calle Fairclough, que cruza a la calle Berner muy cerca del lugar del crimen.

“Cuando pasé por su lado oí que decía la mujer: "No, esta noche, no, otra vez” declaró Brown, “lo cual hizo que me volviese a mirarles. El hombre tenía un brazo levantado y apoyado en la pared, y la mujer estaba de espaldas a la misma, mirándole. El llevaba una levita muy larga, pero no puedo decir nada respecto al sombrero, ya que el sitio donde estaban ambos era muy oscuro. El hombre medía aproximadamente un metro setenta. Me pareció algo corpulento. Tanto él como ella parecían hallarse serenos”.

El testigo añadió que aún no había terminado de cenar cuando oyó gritar: “¡Un crimen! ¡Policía!”
Y añadió “Esto fue un cuarto de hora después de haber entrado en mi casa”.
Robert Clifford Spicer hacía su ronda de la una y cuarenta y cinco por Spitalfields, cuando observó a una pareja en Henage Court. Spicer reconoció a la mujer instantáneamente como Rosy, una ramera conocida de la Policía, pero el hombre le intrigó. Lucía un sombrero alto, un traje negro con solapa de seda en la levita y cadena y reloj de oro, según la descripción de Spicer. También llevaba un maletín marrón.

“Tan pronto como le vi comprendí que se trataba de Jack el Destripador” continuó Spicer.
— ¿Qué hacen ustedes aquí a esta hora? —les preguntó el agente.
—No es asunto suyo —le espetó el otro, descaradamente, por lo cual Spicer se llevó a la pareja.
Pero la llegada de Spicer fue muy distinta de la que había imaginado. Ocho inspectores, todos asignados al caso del Destripador, se hallaban aquella noche de servicio en la calle Comercial, y aquellos oficiales escucharon la historia de Spicer en silencio y con incredulidad.

En respuesta a las preguntas de rutina, el hombre del sombrero alto se identificó como un doctor, con una dirección en Brixton. Interrogada a su vez, Rosy, a la que el doctor había entregado dos chelines, no presentó ninguna denuncia, y su actitud pareció decidir el problema. Tan convencidos quedaron los inspectores de que el doctor no era Jack el Destripador, que le dejaron marchar sin pedirle siquiera que abriese su maletín marrón.

En cuanto a Spicer, en lugar de ser ascendido, lo trasladaron a otra ronda, y cinco meses más tarde presentó la dimisión.
“Me desalenté tanto cuando vi que dejaban marchar a aquel individuo” se quejó con amargura, “que sentí que no podía seguir ya perteneciendo a la Policía”.

Kate Eddowes fue vista hablando con un individuo en la plaza Mitre diez minutos antes de que fuese descubierto su mutilado cuerpo por el agente de la City, según el testimonio siguiente. Este fue Joseph Lawende, viajante de comercio de origen alemán, que contó que al salir del club imperial cerca de la calle Duke con dos compañeros a la una y treinta y cinco, y pasar por el pasaje de la Iglesia, que conduce a la plaza Mitre, vio atraída su atención por la risa de una mujer, viendo entonces a una pareja a la entrada de la plaza. La mujer estaba de Cara al hombre, el cual se hallaba casi de espaldas a Lawende.

Ella llevaba una chaqueta negra y un gorrito del mismo color. La mujer, en aquel momento, colocó una mano sobre el pecho de su acompañante.
Los datos respecto a la apariencia del hombre, proporcionados por el mayor Smith, eran: treinta años de edad, casi un metro ochenta de estatura, aspecto cursi, tez clara y bigote rubio, vestido con un traje de sarga azul marino y un sombrero con un pico delante y otro detrás.
La descripción puesta en circulación por la Policía de la City agregaba que el hombre llevaba un pañuelo rojo al cuello. El mayor Smith daba gran importancia a esta descripción por considerarla una de las más ajustadas al asesino.

“La Luna estaba en el cenit, por lo que la noche era muy clara, y él ( Lawende ) los vio perfectamente”. No hay duda de que la pareja estaba compuesta por el asesino y su víctima.
El testimonio del viajante de comercio da fe del enorme riesgo que Jack el Destripador corrió al elegir como teatro de sus operaciones de aquella noche la plaza Mitre. Tuvo que cronometrar las rondas del agente Watkins, sabiendo que el mismo pasaba por la plaza cada cuarto de hora. Y, sin embargo, entretanto, el Destripador podía ser sorprendido en su macabra tarea por los transeúntes, como el propio Lawende.

Fue sólo cuando Frederick Cordón Brown informó sobre la autopsia que se comprendió la extensión de la mutilación sufrida por la Eddowes:
su cuerpo había sido abierto con un cuchillo muy afilado, aseguró el cirujano, habiendo sido extraídos los intestinos, arrojados sobre el hombro derecho, mientras una parte de los mismos había sido cortada, dejándola sobre el brazo izquierdo. El hígado había sido pinchado por la punta de un cuchillo, y el lóbulo izquierdo de dicho órgano mostraba un corte vertical.

La cara estaba horriblemente desfigurada, ya que el asesino incluso le había rajado los párpados inferiores con el cuchillo. Había cierta cantidad de sangre coagulada en el pavimento, declaró el doctor Brown, la mayor parte de la misma procedente de la hemorragia de los vasos sanguíneos del lado izquierdo del cuello.

Pero el cuerpo todavía estaba caliente cuando él llegó a la plaza a las dos y dieciocho minutos, o sea media hora después del crimen, según el cálculo de la Policía.
El cirujano también reveló por primera vez que faltaba uno de los órganos. Se trataba del riñón izquierdo, que había sido extraído.

Opinaba que el asesino había demostrado poseer grandes conocimientos sobre las posiciones de los órganos en el cuerpo humano, particularmente los de la cavidad abdominal y, sobre todo del riñón, que está recubierto por una membrana, por lo que es muy fácil no advertir su presencia. El doctor Brown concluyó afirmando que a su entender no había habido lucha, por lo que era de esperar que el asesino apenas se hubiese manchado de sangre.

Este asunto de la destreza anatómica fue rebatido por George Sequeira, que fue el primer médico en llegar al lugar del crimen, y por el doctor William Sedgwick Saunders, médico oficial de Sanidad, el cual estuvo presente en la autopsia. Ambos médicos afirmaron que las mutilaciones no indicaban conocimientos especiales dé anatomía.

A este respecto a mi me surge una pregunta y es la siguiente: Si Jack el destripador fuese medico ¿Cómo es que no sabia que la sangre que se había tomado de Annie Chapman y había puesto en una botella se coagularía y por lo tanto no le serviría para escribir una carta luego? Supongo que cualquier medico sabe perfectamente cuanto tiempo se puede guardar sangre en una botella sin que se coagule.

El órgano que faltaba no tardó en ser recuperado. El martes, 16 de octubre, el señor George Lusk, presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel, recibió un paquete por correo.

Era una caja de cartón que contenía lo que parecía ser un pedazo de riñón, y la carta adjunta decía:
“Desde el infierno, señor Lusk, le envío la mitad del riñón que le extraje a la mujer, pedazo que le he reservado a usted, en tanto yo freí y me comí el otro pedazo. Estaba muy bueno. Podré enviarle el cuchillo ensangrentado con que lo saqué, si espera un poco más. Cójame cuando pueda, señor Lusk”.

Por alguna oscura razón, la Prensa se sintió tentada a burlarse de este suceso. Tal vez los periódicos se habían quemado ya demasiadas veces los dedos en el caso del Destripador. Tal vez fue cosa de Sir Charles Warren. De todos modos, se adoptó una actitud de franco escepticismo.

El mayor Smith de la Policía de la City no parece haber tenido muchas dudas respecto a la identidad del órgano; sin embargo lo envió al doctor Openshaw, patólogo del Hospital de Londres, para su análisis. En su informe, el doctor Openshaw identificó el pedazo como perteneciente sin duda a un riñón humano, asegurando que había estado conservado en alcohol desde unas horas después de su extracción. Además se trataba de un “riñón ginebrino”, dando a entender con este que pertenecía a alguien a quien gustaba en demasía el alcohol. Era de una mujer de unos cuarenta y cinco años, y había sido extraído del cuerpo desde hacía solamente unas tres semanas.

El mayor Smith señaló que la arteria renal tiene nueve centímetros de longitud. Seis centímetros de la arteria renal fueron hallados en el cadáver de la Eddowes, en tanto que en el pedazo de riñón enviado al señor Lusk había aún tres centímetros de arteria. El mayor Smith añadió que el riñón izquierdo del cadáver se hallaba atacado por el mal de Bright, en estado avanzado. El riñón que me enviaron a mí se hallaba en una condición similar.

Es claro que hay que tener en cuenta que solo en un mes, Scotland Yard recibió mil cuatrocientas cartas sobre el caso, cartas que contenían confesiones “falsas” y acusaciones, como las que se han seguido recibiendo desde entonces, con toda regularidad.

Analizando las treinta y cuatro cartas que él juzgaba genuinas, el doctor Thomas Dutton, amigo personal del inspector Abberline, observó que la escritura a veces se disfrazaba, pareciendo pertenecer a una persona iletrada, y en otras ocasiones parecía la perfecta escritura de un oficinista. Lo mismo pasaba con el lenguaje empleado, que a veces estaba lleno de slang (expresiones de argot) y de americanismos como el boss. En ocasiones, Jack escribía mal una palabra con deliberación, como juwes, cuando lo correcto es jews (judíos), tal como lo trazó en el muro de la calle Goulston; en cambio, la misma palabra estaba escrita correctamente otras veces.

Entre sus crímenes, el asesino tuvo que moverse bastante, como viene indicado por el hecho de que el doctor Dutton identificó dos cartas enviadas desde Liverpool y una remitida desde Glasgow, todas con la misma escritura que la carta original. La primera de las cartas de Liverpool estaba fechada el 29 de septiembre y daba la referencia de las Minorisas. Aunque el autor se equivocó en uno o dos días con respecto a la fecha de los asesinatos, no se podía esperar que diese la fecha exacta, así como tampoco el lugar.
La segunda carta de Liverpool daba una dirección de la calle Príncipe William, diciendo simplemente:
“¡Qué tontos son los policías! Les he dado el nombre de la calle en que vivo”.

Desde Glasgow, Jack escribió:
“Creó que dejaré de utilizar mi afilado cuchillo. ¡Es demasiado bueno para unas rameras! Tendré que adquirir una navaja escocesa. ¡]a, ja, ja! Con ella les podré cortar los ovarios”.

El doctor Dutton añade:
“La única mención en la Prensa de haber sido extraído un órgano específico de una víctima del Destripador se refería a los riñones. Y aunque en una ocasión fueron extraídos los ovarios, la Prensa sólo mencionó la extracción de cierto órgano”.

Al final, los Victorianos rechazaron la correspondencia de Jack el Destripador como una serie de misivas jocosas.

Catherine Eddowes, alias Kate Conway, alias Kate Kelly, fue enterrada el lunes, 8 de octubre, por la tarde, casi con honores militares. A la una sólo se habían reunido unas veinte personas delante del depósito de la City, en la calle Golden Lañe, pero un cuarto, de hora más tarde la cifra se había elevado a varios centenares, ya que era la hora del almuerzo de los empleados y obreros de la City.

Mientras tanto, los restos de la Eddowes habían sido colocados en un féretro de olmo pulido con incrustaciones de roble y adornos negros, cedido por el dueño de una funeraria cerca de la calle Benner, que ostentaba en metal la siguiente inscripción: “Catherine Eddowes, falleció el 30 de septiembre de 1888 a los cuarenta y tres años”.

El ataúd fue colocado a su vez en un coche abierto arrastrado por un par de caballos y escoltado por numerosa fuerza de Policía de la City, al mando del superintendente Foster, hasta los límites de la City londinense, donde de la escolta se encargó la Policía Metropolitana al mando del inspector Barnham.

Lo más irónico era que la muerta había estado detenida una semana, por embriaguez y conducta desordenada, por la misma Policía de la City que le rendía ahora sus respetos. A la Eddowes la acompañaron a la tumba sus cuatro hermanas, todas vestidas de negro, y el hombre que había vivido con ella, John Nelly. Un tercer carruaje contenía a los periodistas.
En contraste, Elizabeth Stride fue a parar a una fosa común, y en el mayor secreto posible.

Los ritos relacionados con la elección de Lord Mayor son rigurosamente ancestrales en Inglaterra. Y llegan a su apogeo cuando el 9 de noviembre, el Lord Mayor entrante es juramentado como tal por el juez supremo en el Palacio de Justicia del Strand. Fue en este día tan memorable para los ingleses que Jack el destripador decide dar su golpe más terrible. El crimen iba a ser recordado mucho tiempo después de que sé hubiesen apagado los ecos de la cabalgata del Lord Mayor, en 1888.

En vísperas de dicho “espectáculo” se sucedieron una serie de acontecimientos que dieron por enfrentar a Sir Charles Warren a diversos problemas con los socialistas, el periodismo y las autoridades del gobierno. Tales entredichos terminaron con la renuncia de Warren.

De todos modos, se tardó, sin embargo, dos días en que esta renuncia fuese transmitida por los canales adecuados, de forma que en la víspera del “espectáculo del Lord Mayor”, Sir Charles seguía todavía danzando en el limbo. Pero Jack el Destripador no podía esperar que la dimisión de Warren llegara a efecto. Este misterioso asesino, que se había mantenido al acecho durante seis semanas, estaba dispuesto a acudir al número 13 de Miller's Court, para su cita con Mary Jane Kelly, conocida por muchos como Mary la Negra.

Los que conocieron a Mary la Negra sólo están de acuerdo en dos puntos: que era una mujer guapa, muy distinta de las víctimas anteriores del Destripador; y que le gustaba la ginebra, rasgo peculiar de casi todas las mujeres de su clase. La Kelly tenía ojos azules y una hermosa mata de pelo que le llegaba casi a la cintura. A pesar de su propensión a la bebida, no había perdido la finura de su tez, adquirida en Irlanda. Un mozo de mercado retirado, llamado Dennis Barrett que, de niño, había conocido a Mary la Negra.

Dijo de ella:
Era muy guapa, alta y más bien corpulenta. Tenía su zona fuera de la taberna “Las diez campanas”, en la calle Comercial, y no consentía que ninguna otra mujer se metiese en su terreno, ya que su rival siempre salía malparada”.

Mary Kelly nació en Limerick, y sus padres eran católicos irlandeses. Su familia se traslado siendo Mary muy joven, a Carmarthenshire, donde su padre, John Kelly, llegó a ser encargado de una fundición de hierro. A los dieciséis años la joven se casó con un tal Davies, pero el matrimonio terminó trágicamente un año o dos más tarde, cuando Davies murió en la explosión de una mina.
En la capital llegó a vivir con Joseph Barnett, un mozo del pescado de Billingsgate con el que estuvo casi dos años. Cuando fue asesinada estaba encinta de tres meses.

Sir Warren, que se sentía inclinado a ver anarquistas hasta debajo de su propio lecho, procuró dar una orden de carácter general para marcar la táctica general de la policía durante la procesión:
Ninguna persona, a menos que forme parte del cortejo del Lord Mayor, podrá pronunciar ningún discurso, ni llevar gallardetes ni pancartas, en ninguna calle o plaza por las que pase la procesión del Lord Mayor.

Para esto, estacó a cuarenta policías montados para reforzar la Policía de la City a lo largo del desfile, mientras que en Trafalgar Square habría un potente Cuerpo de Policía, a pie y a caballo, según The Times. Y mientras estaba colocando banderitas rojas sobre el plano para marcar la ruta del desfile, Sir Charles parecía haber previsto todas las contingencias..., menos la del asesinato.

Mary Ann Cox, una viuda que se dedicaba a la prostitución, vivía en Miller's Court, un estrecho pasaje que salía de la calle Dorset y contenía seis cubículos conocidos colectivamente como “Los cuartos de Maccarthy”. (Eran propiedad de John Maccarthy, que poseía una. tienda en la calle Dorset.)

La viuda Cox a las once y cuarenta y cinco de la noche del jueves, entrando en Miller’s Court, vio a Mary Kelly saliendo de la taberna “Britannia”, situada en la esquina. Mary la Negra era conocida en la taberna. Pero esta noche Mary no llevaba chal. Lucía una pelerina roja, y su cabello, que usualmente llevaba cuidadosamente peinado, le caía por encima de los hombros (esto no era común en aquellos años). Se hallaba borracha, y no estaba sola.

El hombre que acompañaba a Mary era bajo, grueso y llevaba un sombrero hongo, según la viuda Cox. De unos cincuenta y ocho años, tenía un rostro rojizo, un bigote grueso y sostenía una jarra de cerveza en una mano. La viuda siguió a la pareja, que dobló por Miller's Court, y les dio las buenas noches en el umbral de la casa de la Kelly. Mary la Negra le respondió y, en un arranque de amabilidad, le anunció:
“Voy a interpretar una canción”.

La viuda vio cómo la pareja penetraba en el número 13, el cuarto de la Kelly, y poco después oyó cómo ésta cantaba una balada irlandesa, sentimental.
La voz hubiese sido agradable, de haber estado ella serena, declaró la viuda más adelante. La Cox estuvo en su habitación un cuarto de hora, y cuando volvió a salir oyó cómo la Kelly aún seguía cantando.

Había luz en el cuarto de Mary y ésta cantaba todavía cuando la viuda regresó a la una. Por entonces había empezado a llover, por lo que ella permaneció junto al fuego calentándose las manos antes de volver a salir a la calle. (La viuda Cox se mostró infatigable aquella noche, al no encontrar ningún parroquiano.)
Cuando volvió a las tres, la luz del cubículo de la Kelly estaba ya apagada y no se oía nada.

Llovió a ráfagas toda la noche, con el resultado de que los obreros de la calle aparecieron temprano, esparciendo grava fina a lo largo de Victoria Embankment, por donde tenía que pasar la procesión del Lord Mayor, para impedir que los caballos resbalasen sobre el pavimento.
A las diez de la mañana, mientras terminaban de disponer la carroza del Lord Mayor, John Maccarthy, en su tienda de la calle Dorset, estaba repasando sus libros cuando notó que Mary Kelly llevaba un atraso de seis semanas en el alquiler.

Mandó a su ayudante al número 13 de Miller's Court para intentar cobrar algo de la deuda de la Kelly. Eran las diez y cuarenta y cinco de la mañana.
A esa hora el muy honorable James Whitehead se hallaba en aquel momento en la antecámara de la “Mansión House”, ataviándose para la ceremonia que le esperaba con la túnica escarlata con ribetes de seda blanca típica del Lord Mayor.

A aquella hora, el ayudante de John Maccarthy, estaba llamando a la puerta del número 13 de Miller's Court pero no obtuvo respuesta.

Empujó la puerta, comprobando que estaba cerrada y luego no vaciló en aplicar un ojo a la cerradura, viendo con sorpresa que no estaba puesta la llave por el interior.
Al doblar la esquina y en el ángulo derecho de la puerta había dos ventanas que daban sobre unas escobillas y un grifo que utilizaban todos los inquilinos de los “Cuartos de Maccarthy”.

El ayudante recordó que la más pequeña de ambas ventanas tenía dos vidrios rotos, reliquias de una memorable disputa de la Kelly con su amante Joseph Barnett, y descubrió que la abertura así formada era lo bastante grande como para permitirle pasar la mano, teniendo buen cuidado de no cortársela con los bordes de los vidrios.

Apartó a un lado la cortina. Lo que vio, cuando sus ojos se acomodaron gradualmente a la mortecina luz del interior, le provocó un alarido de horror y retiró la mano tan de prisa que estuvo a punto de hacerse un corte en la misma.

La choza que Mary Kelly llamaba su hogar tenía unos tres metros y medio por lado y estaba escasamente amueblada. A la izquierda de la ventana, y directamente opuesta a la puerta, había una chimenea sobre la cual colgaba una reproducción barata, titulada irónicamente La viuda del pescador. Era el único intento de decoración del cuarto. En el rincón más alejado, una alacena abierta dejaba al descubierto unas cuantas piezas de loza, unas botellas de ginebra, vacías, y un pedazo de pan. Desde aquel rincón, el ojo, ya más avezado a la penumbra, descubría la cama, que era el mueble más importante de todo el conjunto.

Las ropas de la cama habían sido apartadas violentamente, y formaban un informe montón manchado de sangre a los pies de la cama. Sobre el colchón, empapado en un líquido rojo, yacía una masa de carne humana que poco antes había sido Mary La Negra. Entre la cama y una mesa. Jack el Destripador había realizado una macabra operación, un experimento sangriento, cuyo horror es casi imposible llegue nunca a ser superado, como el lector puede atestiguar tras haber visto la fotografía policíaca que les presento a continuación.

La pobre mujer yacía boca arriba, enteramente desnuda. Le habían segado la garganta de oreja a oreja, y luego hacia la espina dorsal. Le habían cortado las orejas y la nariz, y el rostro estaba tan acuchillado que era irreconocible. Le habían abierto el abdomen y el estomago, extrayendo el hígado y colocándolo sobre el muslo derecho. La porción inferior del cuerpo, incluyendo el útero, también había sido cortado. El vientre y los muslos fueron cortados hasta llegar a la mitad de la vagina.

Había manchas de sangre en la pared. Sobre la mesilla de noche había dos pequeños montones de carne: los senos de la víctima. Colocados en simetría se hallaban; también el corazón (en la película Jack lo hecha en una caldera y lo pone a hervir al fuego de la estufa) y los riñones. Parecía la obra de un abominable carnicero. Incluso había trozos de carne colgando de los clavos de las paredes a modo de adorno.

El ayudante no llego a observar todos estos detalles, sino que corrió a avisar a su amo, el cual volvió con él, atisbando la escena desde la ventana.
“Lo que vi era peor de lo que había esperado. Todos aquellos pedazos de carne,... era más la obra de un diablo que de un ser humano” declaró luego Maccarthy.

Mientras el desfile del Lord Mayor serpenteaba por las calles de la City hacia el Palacio de Justicia, tenía lugar otro de los gruesos errores de Sir Warren de las que el caso del Destripador estuvo tan plagado. Ello tuvo lugar, naturalmente, en Miller's Court, donde se habían congregado los detectives de Scotland Yard al mando del inspector Abberline (nuestro querido Jhonny Deep en la película que a estas alturas había sido destituido por Sir Warren).

El doctor George B. Phillips llegó para efectuar su examen in situ, encontrándose con una orden inesperada. Como uno de sus actos finales, Sir Charles Warren había prohibido que, en caso de otro delito del Destripador, ni el cadáver ni el lugar se viesen alterados en absoluto hasta que los perros sabuesos hubieran sido llamados y situados en la pista del asesino.

El problema era que Warren no había comunicado a sus subordinados dónde se hallaban los perros.
Se perdieron dos horas preciosas esperando la llegada de los perros..., sólo para averiguar que los animales habían sido devueltos a su propietario, una quincena antes.

Mientras tanto, la Policía, incapaz de penetrar en la habitación de la Kelly, rondaba por Miller's Court, en tanto sus aterrados habitantes, a quienes se prohibió que abandonasen sus tugurios, se hallaban virtualmente prisioneros. Por fin llegó el superintendente Arnold para derogar la orden, pero era ya la una y media antes de que la puerta del número 13 cayese bajo el hacha de Maccarthy, tras lo cual la Policía se precipitó al cuarto de Mary la Negra.

Mientras tanto la procesión del Lord Mayor giraba por Fleet Street, donde la multitud era más densa, comenzaron a circular las noticias de lo ocurrido en Miller's Court. De repente, sin saberse de dónde, aparecieron los vendedores de periódicos, con la tinta de los diarios aún húmeda, y empezaron a pregonar:
¡¡Asesinato...! ¡Whitechapel...! ¡Horrible...! ¡Otro asesinato...! ¡Mutilaciones...! ¡Jack el Destripador...! ¡Su última víctima...!”

Se produjo un verdadero alboroto, al menos entre un sector de público. Los espectadores del desfile arrancaron materialmente los diarios de manos de sus vendedores, mostrándoselos a la Policía encargada de mantener el orden.
Rápidamente el descontrol se adueñó de la calle y todo el “elemento de circo” que el Lord Mayor había querido suprimir, llegó a su apogeo. Para Sir James Whitehead el día estuvo arruinado. Se efectuaron muchísimas detenciones. Se vio a seis policías arrastrar a un joven por encima de la calzada hacia la comisaría más próxima. Bien, Jack el Destripador le había robado al Lord Mayor su “espectáculo”.

Lo que quedaba de Mary Kelly fue trasladado a la morgue y luego de algunas horas, yacía sobre una losa del depósito mortuorio de Shoreditch. Trabajando a la máxima velocidad, dos hábiles cirujanos y sus ayudantes tardaron siete horas en recomponer el cuerpo de forma que pudiera ser identificado, dándole un entierro decente. El jurado del juez de guardia, al menos, no tendría que soportar la vista de un cadáver tan mutilado.

La Policía negó que faltasen órganos entre los restos. Pero The Times contradijo esta declaración:
Nos hallamos autorizados a decir que, pese a lo informado por la Policía, falta una porción de los órganos del cadáver. La Policía, y con ella sus forenses, han llegado a la conclusión de que interesa a la Justicia no revelar los detalles de la investigación profesional.

El cirujano forense, sin embargo, admitió que la Kelly se hallaba en los umbrales de la gestación, y otro periódico informó que una de las partes extraviadas era el feto.
Entretanto, la Policía efectuaba un minucioso escrutinio del número 13 de Miller's Court en busca de pistas. En la chimenea hallaron gran cantidad de cenizas, pruebas de que se había encendido un gran fuego. En realidad, tan intenso había sido el calor, que el borde, el mango y el fondo de una tetera se habían chamuscado. Removiendo las cenizas, encontraron restos de ropas... el borde achicharrado de un sombrero de fieltro de señora, y un pedazo de terciopelo, restos de una chaqueta del mismo paño que había pertenecido a la Kelly, y que una amiga de ésta, María Harvey, aseguró que faltaba. La Harvey declaró que las dos camisas de algodón, de caballero, que ella le había regalado a la difunta, faltaban asimismo.

El inspector Frederick G. Abberline fue de la opinión de que era el asesino quien había encendido el fuego arrojando al mismo las ropas y todo cuanto cayó en sus manos, a fin de poder ver para llevar a cabo su horrible disección. (Al asesino le pasó por alto, por lo visto, una vela que estaba encajada dentro de un vaso roto, y que apenas se hallaba a medias consumida.) Lo maravilloso es que el fuego no fuese visto por los demás inquilinos de Miller's Court quienes no dejaron de entrar y salir durante toda la noche.

De haber atisbado alguien por la ventana, habrían visto a Jack el Destripador entregado a su labor. Según los cálculos de la Policía, tardó al menos dos horas en realizar su disección. Cuando hubo terminado trancó la puerta moviendo una pesada cómoda, huyendo por la ventana.
Cerca de la medianoche de la noche del crimen, la viuda Cox, como se recordará, se había encontrado con Mary Kelly, que estaba embriagada y en compañía de un hombre que ostentaba un bigote rojizo. Pero Mary la Negra no se había retirado a su casa definitivamente aquella noche, si hay que dar crédito a otro testigo. “Horas más tarde fue vista por las calles de Spitalfields por una persona que la conocía”.

George Hutchinson había trabajado como vigilante nocturno, lo cual significaba que habituado a no dormir de noche, a menudo paseaba a altas horas por las calles. En la madrugada del viernes, 9 de noviembre, cuando torció la esquina de la ronda Whitechapel hacia la calle Comercial, ya silenciosa a las dos de la madrugada. Lo que primero observó fue a un caballero de buen aspecto que se paseaba por dicha esquina bajo un farol de gas. Pero apenas había tenido tiempo de fijarse en dicho desconocido cuando descubrió, viniendo hacia él desde la calle Dorset a Mary Nelly y le contó que debía el alquiler y que no tenía nada con que comer. ¿Podría George prestarle media corona? La joven prometió devolvérsela antes del final de semana. Sin hablar, como un mimo, él le mostró sus bolsillos vacíos y extendió las manos en un gesto de desesperación.

Con la misma comicidad triste, vio cómo la Kelly se alejaba, aflojando el paso al pasar junto al caballero de la esquina de la calle Thrawl, y observó asimismo cómo el hombre levantaba una mano. Luego dijo algo que hizo reír a ambos, y la pareja se alejó lentamente, rodeando el hombre con una mano la cintura de la joven. Hutchinson siguió a la pareja, viéndola doblar por la calle Dorset, como un perro husmeando su desayuno. Les vio de pie un instante en el Miller's Court, y oyó exclamar a la Kelly:

“Oh, he perdido mi pañuelo” al tiempo que el hombre se sacaba un pañuelo rojo del bolsillo y hacía con el mismo unos pases de torero. Luego, ambos desaparecieron en el interior del patio.
Hutchinson vaciló unos segundos, y luego fue de puntillas hasta el número 13, pero la luz ya estaba apagada en la habitación y no pudo oír nada. Retrocediendo, se detuvo a esperar delante del Miller's Court. ¿Esperando qué?

“¡Maldito si lo sabía! “Fue su respuesta al ser interrogado. Mientras esperaba, oyó las pisadas de un policía que hacía la ronda por la calle Comercial. Luego vio cómo un individuo entraba en un albergue de la calle Dorset. Después de tres cuartos de espera, Hutchinson abandonó su vigilancia. “Mis sospechas se despertaron instantáneamente” declaró más tarde a los periodistas, “al ver a un hombre tan bien ataviado en esa parte de Londres. Lo encontré raro”.
Sí, era raro, si el inventario de las ropas que llevaba el asesino, efectuado por Hutdiinson, era correcto:

“Llevaba levita negra, con ribetes de astracán, cuello blanco y corbata negra, con un alfiler... También ostentaba un reloj de oro con cadena maciza de la cual colgaba un sello con una piedra roja”.

En cuanto al aspecto físico, tendría treinta y cinco años, un metro setenta de estatura, de tez morena, ojos negros, cejas pobladas y un bigote corvado en los extremos. Parecía extranjero.
Es una lástima que Hutchinson, que habló con entera libertad a la Prensa, no fuera convocado como testigo en el juicio, donde hubiera podido ser debidamente interrogado. Particularmente, debido a la gran cantidad de detalles aportados por él.

Hutchinson se aferró a su historia, a pesar de todos los esfuerzos efectuados por la Policía para destruirla. El inspector Abberline interrogó incansablemente al vigilante. Mediante una serie de preguntas, el inspector trató de hacerle declarar más detalles. Pero las respuestas de Hutchinson fueron siempre las mismas.

Que Jack el Destripador operaba solo se había puesto de manifiesto desde el principio (algo que se contradice con la teoría puesta de manifiesto en la pantalla en “desde el infierno”). Esto, por ejemplo explicaba su casi milagrosa habilidad para eludir su captura.
Pero debido a la paranoia imperante en aquellos días se dieron varios acontecimientos desafortunados que no pasaron a mayores por poco como por ejemplo el día de mayor excitación se dio cuando un hombre, cuyo rostro parecía una calavera, gritó desde la esquina de Wentworth y Comercial: “¡Yo soy Jack el Destripador!”

El juicio por la muerte de Mary Jane Kelly, que se celebró en “Shoreditch Town Hall”, el 12 de noviembre. Pero a diferencia de los juicios de las anteriores victimas que se prolongaron a lo largo de muchos días, el juicio de la Kelly terminó bruscamente el primer día. Lejos de procurar ofrecer la mayor información posible, a fin de ayudar al esclarecimiento del crimen, la Policía pareció determinada a oscurecer las circunstancias que rodeaban al asesinato de Miller's Court. En esta tarea fueron secundados por Roderick Macdonald, que antes había sido forense de la División K, por lo cual se hallaba acostumbrado a trabajar en estrecha colaboración con las autoridades.

Tras haber prestado juramento, los jurados, acompañados por el inspector Abberline, fueron a ver el cadáver, que se hallaba en un cobertizo de madera del depósito contiguo a la iglesia de Shoreditch. Sólo quedaba visible la cara del cadáver, en tanto que el mutilado cuerpo estaba compasivamente oculto bajo la tela gris.

“La cara parecía una de estas máscaras de cera” publicó el Pall Mall Gazette “Los ojos eran los únicos vestigios de humanidad. El resto estaba tan lleno de cortes y mordeduras que era imposible saber dónde empezaban aquéllos y terminaba la carne”

El jurado inspeccionó asimismo el lugar del crimen en Miller's Court y volvió al salón donde debía celebrarse el juicio.
El primer testigo fue Joseph Barnett, el mozo del mercado del pescado de Billingsgate que había vivido con la Kelly en la época de su muerte. Había visto a la difunta por última vez entre las siete y media y las ocho menos cuarto de la tarde, del jueves, 8 de noviembre, cuando la visitó en el número 13 de Miller's Court, en donde la encontró en compañía de otra prostituta llamada María Harvey.

Thomas Bowyer, el cobrador del inquilinato, contó el horrible descubrimiento efectuado cuando metió la mano por el vidrio roto y apartó la cortina, divisando “dos pedazos de carne sobre la mesa”. Su testimonio no añadió nada a lo que ya había relatado la Prensa, y fue corroborado por John Maccarthy, el propietario de los cuartos de Miller's Court.

A continuación se produjo un desfile de tipos diversos de la calle Dorset, mujeres en su mayoría, que, como la Kelly, tenían su profesión en la calle. En principio, algunas parecían tan jóvenes como la difunta, pero en realidad todas eran veteranas en el oficio. Llevaban los chales muy ceñidos y contestaron a las preguntas del juez de guardia con cierta truculencia, a veces con comicidad. La más importante fue Mary Ann Cox, la viuda qué había visto a la Kelly a los doce menos cuarto de la noche con el individuo del bigote rojizo.

El juez de guardia, después, llamó a George Bagster Phillips, el forense, quien entregó un informe preliminar de la autopsia. Pero el doctor no entró en detalles respecto a las heridas infligidas. La causa inmediata de la muerte fue el corte de la arteria carótida derecha. El jurado no formuló preguntas, como dando a entender que los demás detalles serían dados a conocer en otra sesión.

Por tanto, es fácil imaginar la sorpresa del público cuando poco después el juez de guardia Macdonald, súbitamente, dio por terminada el juicio, aceptando el veredicto que él mismo le había recomendado al jurado de “asesinato efectuado por una persona o personas desconocidas”. El juez de guardia no creyó necesario preguntarle al forense si faltaban algunos órganos en el cuerpo de la difunta. Ni trató de establecer la naturaleza del arma asesina.

Desde Eduardo I, la Ley británica requiere que “todas las lesiones del cuerpo, también las heridas, sean examinadas y revisadas; y la profundidad, anchura y longitud de las mismas, la clase de arma, y en qué parte del cuerpo se halla la herida o lesión..., todo lo cual debe ponerse en conocimiento del juez de guardia”.
Macdonald lo sabía. Al fin y al cabo, como forense, había tenido que declarar en muchos otros juicios. Sin embargo, deliberadamente suprimió esta evidencia.
“Existen otras pruebas que no deseo exponer, ya que con ello sólo se retrasaría la justicia de este asesinato” declaro el juez.

¿Qué quiso dar a entender con esta insólita declaración? ¿Lo hizo por orden de Scotland Yard, que tan ansioso se había mostrado de impedir que el juez de guardia Baxter presidiese este juicio? ¿Qué trataba de ocultar la Policía?

Por la evidencia de los testigos del juicio, presumiendo que fuese correcta, es posible trazar un esquema de los movimientos ocurridos en el Miller's Court, la noche de autos:

11,45 noche: La Kelly y un hombre vestido con cierta cursilería son vistos saliendo de la taberna “Britannia”, por la viuda Cox, la cual sigue a la pareja hasta Miller's Court y les ve entrar en el numere 13 Tras quince minutos en su cuarto, vuelve a salir.
1 de la madrugada: La viuda Cox regresa a Miller's Court, oye cantar a la Kelly al pasar delante de su ventana.
1,20: Elizabeth Prater, que vive encima de la Kelly, regresa a su casa, pero no ve ninguna luz en el número 13, ni oye gritos ni ruidos.
2: George Hutchinson ve a la Kelly en la calle Comercial con un individuo bien ataviado, y les sigue hasta Miller's Court.
2:30 Sarah Lewis va a Miller's Court, ve a un hombre de pie en la acera opuesta al patio. (Pudo ser Hutchinson.)
3: Hutchinson abandona la vigilancia de Miller's Court.
3,30 a 4: Elizabeth Prater y Sarah Lewis oyen el grito de “¡Asesinato!”, pero ninguna de ambas le concede importancia.
6:15 : La viuda Cox oye a alguien en el patio.
8 a 8:45: La señora Maxwell afirma haber visto a la Kelly, primero a la entrada de Miller's Court, y más tarde hablando con un hombre delante de la taberna “Britannia”.
10:45 Thomas Bowyer descubre el crimen.

Tanto Elizabeth Prater como Sarah Lewis declararon que habían oído gritar “¡Asesinato!”. La Prater en voz baja, y la Lewis en voz alta. Claro que ninguna de ambas le concedió al grito ninguna importancia porque los gritos de “¡Asesinato!” eran frecuentes en aquellas calles, por lo que no había motivo de alarma. El grito parecería fijar el momento del asesinato entre las 3'30 y las 4. Si el asesino tardó dos horas en completar su disección del cuerpo, como calculó la Policía, esto significaría que abandonó el patio a las seis, cuando la viuda Cox oyó a un hombre.

No existe una incompatibilidad esencial entre el hombre ridículamente ataviado que vio la viuda Cox con la Kelly poco después de medianoche, y el hombre bien vestido que Hutchinson vio en compañía de la joven dos horas más tarde. Lo más probable es que, tras haber despedido a su primer amante, el de la cerveza, la Kelly volvió a recorrer las calles, siendo entonces vista por Hutchinson a las dos de la madrugada.

Esto no era desusado, puesto que ya se han visto las entradas y salidas de Miller's Court, a cargo de sus ocupantes. Y al fin y al cabo, el cobrador del alquiler tenía que ir a buscar su dinero a la mañana siguiente. La Kelly sabía que tendría que pagar o se vería expuesta a un desahucio. La pobre Mary la Negra no pudo adivinar que en poco tiempo ya no tendría mas, de que preocuparse.

Mary Kelly tuvo un impresionante funeral, pagado por Henry Wilton, que había sido empleado de la iglesia de San Leonardo, en Shoreditch, durante cincuenta años. A mediodía del domingo, 18 de noviembre, la campana de la iglesia comenzó a doblar, aparentemente como señal para que las amas de casa de la vecindad abandonasen sus preparativos del almuerzo y fuesen corriendo hacia allí, ya que la multitud congregada delante de la iglesia estaba compuesta en su mayor parte por mujeres. No tardó en estar bloqueada la calzada, a pesar de que la Policía, previéndolo, había procurado mantener el orden.

El ataúd fue llevado a hombros de cuatro hombres. Era de olmo pulimentado, con adornos de metal, y llevaba grabado el nombre de la difunta en su variación francesa: “Marie Jeannette Kelly, muerta el 9 de noviembre de 1888, a los veinticinco años”. Sobre el ataúd había una cruz de flores, pagada por los alumnos de la escuela Leytonstone, y otras dos cruces de flores artificiales de la Ten Bells y la taberna “Britannia”, respectivamente.

La vista del féretro afectó a la multitud, según el Advertiser.
Al acceder a costear los gastos, el señor Wilton dio a entender que si el público deseaba contribuir sus donativos serían bien recibidos. El excedente, explicó serviría para erigir un buen sepulcro. Pero este no se erigió nunca.

La súbita conclusión del juicio Kelly dejó el misterio del Destripador en el aire. ¿Por qué el juez de guardia Macdonald había tenido tanta prisa en precipitar los procedimientos? ¿Temía que le arrebatasen el caso de su jurisdicción si demoraba el juicio? ¿O seguía órdenes de Scotland Yard? ¿Por qué había suprimido el informe de la autopsia de las declaraciones? Hasta la fecha nadie sabe qué órganos, si faltaban algunos, no se hallaron en el cuerpo de Mary Kelly. Tal información habría sido interesante, puesto que habría establecido si existía una norma en los asesinatos.

¿Por qué George Hutchinson, el vigilante nocturno, no fue convocado como testigo? Su historia, caso de ser interrogado, tal vez habría arrojado cierta luz sobre el caso, al afirmar que había visto a la Kelly por las calles mucho después de haberla visto la viuda Cox. ¿Y qué diremos de Caroline Maxwell, que juró haber visto a la Kelly a las ocho de la mañana del día en que fue hallada asesinada? ¿Por qué no se efectuó ningún esfuerzo por aclarar tales discrepancias? ¿O es que existía otra prueba que Macdonald no quiso dar a conocer?

El inspector jefe Frederick G. Abberline estaba seguro de que Jack el Destripador era, en realidad, George Chapman, alias Severin Klosowski, un barbero-cirujano polaco, que fue colgado en 1903 después de haber envenenado a sus tres esposas.

Tan convencido se hallaba de su identidad que cuando Chapman fue arrestado, Abberline dio una palmada y exclamó:
“¡Por fin la Policía ha cogido a Jack el Destripador!”

No fue él único en creerlo.
Chapman, como el Destripador, era ambidextro. La única descripción dada por un testigo sobre Jack coincide exactamente con la de Chapman, incluso en la estatura, los ojos hundidos, la tez cetrina y el negro bigote.
Como ambos oficiales jamás dejaron de creer en sus propias afirmaciones, no se dignaron estudiar con atención el caso.
El 3 de abril de 1897, Chapman adquirió una onza de tártaro emético, que contiene antimonio, un activo veneno. Poco después, su mujer, la señora Spink empezó a desmejorar y cuando falleció el día de Navidad de 1897, la causa alegada fue la tisis.

Después hallamos a Chapman como propietario de la taberna “Príncipe de Gales”, en Finsbury, y casado con Bessie Taylor, una camarera. Bessie falleció el 13 de febrero de 1901, a los treinta y seis años, siendo su muerte atribuida a fatiga de los vómitos y diarreas. Seis meses más tarde, le sucedió en su doble aspecto de camarera y esposa, Maud Marsh, la cual también murió de vómitos, diarrea y dolores abdominales. Esta vez, sin embargo, Chapman se mostró negligente. Impaciente por acabar, le administró estricnina a su víctima.

El barbero polaco fue arrestado por el asesinato de Maud Marsh, en 25 de octubre de 1902. Los cadáveres de la Sink y la Taylor fueron exhumados, hallándose en los mismos huellas de antimonio. Al sentenciar a muerte a Chapman, el juez omitió la usual frase “Qué Dios tenga piedad de su alma”.

Hargrave L. Adam, que publicó El Rastro de George Chapman, llegó a la conclusión de que Chapman y el Destripador eran la misma persona, por las siguientes pruebas:
1) La presencia del asesino en Whitechapel tuvo lugar después de haber llegado Chapman de Varsovia, y durante todo el otoño de 1888 no estuvo nunca lejos de los escenarios recorridos por aquél.
2) La descripción (presumiblemente la de Hutchinson) del hombre visto con Mary Kelly poco antes de ser ésta asesinada era una perfecta descripción de Chapman, según Adam.
3) El empleo de americanismos en las cartas del Destripador concuerda con el hecho de haber pasado Chapman dos años en Estados Unidos, haciéndose pasar más tarde por americano.
4) Finalmente, Adam señala que Chapman poseía la requerida habilidad anatómica para ser Jack el Destripador. Antes de ir a Inglaterra, Chapman había trabajado como practicante en un hospital de Praga, como “barbero cirujano” en el ejército ruso, y el Gobierno polaco le había concedido un certificado de cirujano menor en 1886.

Claro que pueden derribarse varios de los argumentos de Adam. Por ejemplo, Chapman pudo haber tratado de fingirse yanqui, pero no había podido hacer uso del slang americano en 1888 por la sencilla razón de que no estuvo en Estados Unidos hasta 1890. Tanto Adam como Arthur F. Neil afirman que Chapman se parecía mucho al hombre que Hutchinson vio con la Kelly la noche de su muerte. Pero el aspecto embrutecido de Chapman concuerda con casi todas las descripciones del Destripador dadas a la Policía, excepto en esto: la mayoría de las descripciones del Destripador coinciden en presentarle como un hombre de edad madura. Chapman, según se ha visto solo tenía veintitrés años cuando el Destripador operó en Whitechapel.

El argumento más aplastante en contra de la teoría Chapman-Jack el Destripador es, claro está, que el primero era un envenenador, prefiriendo despachar a sus víctimas por unos medios menos brutales, más refinados, que el segundo. Los psiquiatras y criminologistas que al través de los años han estudiado la mentalidad de los envenenadores han hallado que éstos tienes muy poco en común con la mentalidad de los sádicos como el Destripador.

Adam se adelanto a esta objeción y afirmó:
Si Chapman fuese Jack el Destripador, el envenenamiento, como medio mucho mis seguro de matar podrían habérselo sugerido. Después de cambiar su método, era imperativo que para sus crímenes eligiera una clase muy distinta de mujeres.

La última teoría relativa a Jack el Destripador, fue que era un ruso llamado Alexander Pedachenko siendo en realidad una variante de Chapman, el demonio envenenador. Sin embargo, la teoría Pedachenko es sostenida por Donald Maccormick, que cita como una de sus autoridades a Rasputín. En resumen, Maccormick creía que Pedachenko fue enviado a Londres como agente secreto zarista para espiar a los anarquistas, y que cometió los crímenes de Whitechapel a fin de desacreditar a dichos anarquistas, y lograr que fuesen deportados de Inglaterra.

Pedachenko, descrito por Maccormick, tenía mucho en común con Chapman. Ambos eran feldscheren, y los dos trabajaban como tales en los distritos más miserables de Londres, arrancando barrillos y tratando enfermedades de la piel, así como cortando el cabello. Después de los crímenes de Whitechapel, Pedachenko fue enviado a Rusia, raptado por los agentes de aquel país, y murió en un manicomio en 1908.

Según la Gaceta de Ucrania, un boletín confidencial que circulaba entre la Policía secreta zarista, Pedachenko estaba en situación de búsqueda y captura por el asesinato de una mujer en el distrito de Montmartre de París, en 1886, y había huido a Londres para evitar el arresto.
Maccormick se refiere a esta contradicción recordando la tetera que fue hallada entre las cenizas de la chimenea del cuarto de la Kelly. ¿Para qué se empleó la tetera?
“No para hacer té, sino tal vez para hervir el agua con que Pedachenko se afeitó él bigote” nos asegura Maccormick.

Después de lo cual, el ruso se disfrazó con ropas de la Kelly y huyó.
Queda la cuestión del motivo, siempre lo más difícil cuando se trata del Destripador. Maccormick cita los documentos secretos de Rasputín, afirmando que la Policía zarista envió a Londres a su mayor criminal demente a fin de poner de manifiesto ante el mundo alguno de los defectos del sistema policiaco inglés: por ejemplo, demostrar la ineficacia de la fuerza que componían Sir Charles Warren y sus agentes.

Maccormick asegura que el doctor Dutton estaba en la más absoluta creencia de que Jack el Destripador y Pedachenko eran la misma persona, y que el resumen de las pruebas del doctor era de gran peso en la cuestión. Según él, no formuló ninguna teoría endeble.
Por el contrario, el buen doctor, vez tras vez, realizó declaraciones sin la menor prueba.

Los profesionales no han logrado establecer la identidad del Destripador mejor que los aficionados. Si acaso, se hallan más confundidos. Parecen haberse dejado hipnotizar por los conocimientos quirúrgicos del Destripador e, inconscientemente tal vez, haber aceptado la imagen del “hombre del maletín”. En realidad, el pequeño maletín negro parece haberse transformado en la cabeza del rey Carlos de todo aquel que intenta desentrañar el misterio de Jack el Destripador.

De modo semejante, los expertos no quieren creer que el Destripador fuese inglés. No, era moreno, corpulento, de aspecto extranjero, muy opuesto al convencional inglés esbelto y de ojos azules. El Destripador tuvo que ser, afirman, un portugués, un ruso o un polaco. Después de todos los cálculos que han sido repasados, no puede constituir ninguna sorpresa leer en el Reynolds News, en fecha reciente:

Nada, en los años transcurridos, ha venido a hacer luz en las teorías sobre Jack el Destripador, ni nada ha alterado la teoría del Yard, que ya ha cerrado el expediente sobre el más malvado asesino de la historia policíaca, con la afirmación: “Era un marinero polaco”.

El principal responsable de que se esparciese la idea de que Jack el Destripador se había ahogado después del asesinato de la Kelly fue Sir Melville Macnaghten, el cual fue ayudante del comisario jefe, a cargo del CID, desde 1903 hasta 1915.

En sus Memorias, Macnaghten habla de dos grandes desengaños en su vida. Uno: que jamás jugó al cricket en Eton contra Harrow.
El segundo, escribe, fue que yo me convertí en oficial de Policía seis meses después de que Jack el Destripador se suicidase, y por tanto no pude llegar a conocerle personalmente.
Hargrave L. Adam afirma que Macnaghten aseguró tener la prueba documental de la identidad del Destripador, pero que había quemado los documentos, cosa improcedente en un policía, comenta Adam.

Donald Maccormick repite lo mismo respecto a la destrucción de documentos.
La hija de Macnaghten, viuda Lady Aberconway, cree que su padre efectuó tal declaración aunque lo dijo a fin de silenciar a sus amigos del club “Garrick”, que continuamente le estaban fastidiando con respecto a Jack el Destripador. Niega, no obstante, que su padre destruyese ninguna prueba referente a la identidad del criminal. En una carta al New Statesman, de 7 de noviembre de 1959, Lady Aberconway declaró:

"Poseo notas privadas de mi padre sobre Jack el Destripador en las que se citan los nombres de tres individuos como sospechosos razonables, afirmando que entre los tres se halla el asesino".
Son estas notas las que proporcionaron la base del supuesto suicidio del Destripador.
Las notas de Macnaghten sobre Jack el Destripador fueron redactadas en 1894, seis años después de los crímenes de Whitechapel. Se escribieron como respuesta a una serie de artículos aparecidos en el Sun en febrero de 1894, donde se intentaba colgarle los crímenes del Destripador a un fetichista inofensivo llamado Thomas Cutbush.

A Machaghten le interesó, evidentemente, atajar los rumores que contribuían a mantener viva la leyenda del Destripador, atribuyéndole varios crímenes impunes; y ciertamente consiguió darle un mentís a las afirmaciones del Sun con respecto a Cutbusch. Llegó a afirmar entonces: “El asesino de Whitechapel sólo mató a cinco personas”». Y las enumeró: “Mary Ann Nicholls, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Edowes y Mary Kelly”. Referente a por qué el Destripador dejó de actuar el 9 de noviembre de 1888, Macnaghten escribió:
“Una teoría más razonable, a mi entender, es que el cerebro del Destripador se desquició en Miller's Court, y luego se suicidó, o bien que sus parientes acabaron por descubrir su locura y, sospechando lo peor, lo encerraron en un manicomio”.

El sospechoso numero uno es M.J. Druitt, doctor de 41 años, de buena familia, que desapareció por la época del crimen de Miller's Court, y cuyo cadáver se halló flotando en el Támesis el 3 de diciembre o sea siete semanas después de dicho crimen.

El cadáver llevaba un mes en el agua, o más, y sobre el mismo se encontró un billete entre Blackheath y Londres. Gracias a cierta información privada sé que su familia sospechaba que este individuo era el asesino de Whitechapel, por motivos de demencia sexual.

El sospechoso numero 2 es Kosminski, judío polaco, que vivía en el corazón del distrito donde tuvieron lugar los asesinatos. Se convirtió en loco debido a los muchos años de práctica de vicios solitarios. Odiaba grandemente a las mujeres, con tendencias homicidas. Estuvo encerrado como loco y, creo que lo era, en un manicomio en marzo de 1889. Este individuo era muy semejante al que se vio en la City, cerca de la plaza Mitre.

Y el tercer sospechoso era Michael Ostrog, un médico ruso, loco, convicto y con tendencias homicidas. Se afirma que este sujeto se mostraba particularmente cruel con las mujeres, y se sabe que llevaba constantemente bisturís y otros instrumentos de cirugía. Sus antecedentes eran pésimos y nunca pudo dar cuenta satisfactoria de sus andanzas durante la época de los crímenes de Wbitechapel.

Sir Melville Macnaghten, ciertamente, sostenía opiniones inquebrantables con respecto al individuo al que identificó como “M. J. Druitt, doctor de 41 años”, opiniones que le comunicó al mayor Arthur Griffiths, inspector de Prisiones, entre otros. El periodista George R. Sims, otro de los camaradas de Macnaghten, también escuchó la historia, y en sus Memorias afirma que el Destripador era médico y que su cadáver fue hallado en el Támesis, donde había estado casi un mes... Había circunstancias, añade, que dejan poco margen de duda con respecto a la identidad del Destripador.


Macnaghten comente el gran error de describir a su sospechoso número uno como “un médico de cuarenta y un años”. Montague John Druitt sólo tenía treinta y un años cuando se suicidó, y no era médico. Era un abogado que había ingresado en el Foro del “Inner Temple” en abril de 1885. Su padre, William Druitt, era cirujano. Lo mismo que su abuelo, su tío y su primo. Montague John Druitt, abogado, descendía de una larga lista de miembros de la Real Facultad de Cirujanos.
La clave del misterio probablemente resida en una declaración de Macnaghten:
De fuente particular, Macnagthen albergo pocas dudas de que su propia familia sospechaba que él era el culpable de los crímenes, de Whitechapel.

Al construir un caso tan hipotético contra Druitt como Jack el Destripador, Scotland Yard tuvo que superar obstáculos casi imposibles de remontar. Por ejemplo, la presencia de Druitt en Whitechapel. ¿Qué hacía un hombre de su educación y refinada familia en la miseria del East End? Los victorianos sancionaban las visitas a tal distrito, relacionándolas solamente con la moralidad. En realidad, en 1880 se iba al East End a elevar su moral.

Y, sin embargo, muchos contemporáneos de Druitt, también gente de gustos refinados, se permitían tales gustos peculiares. Walter Sickert (el principal sospechoso de la escritora Patricia Cornwell), el pintor eduardiano, sentía decidida predilección por la vida de los barrios bajos, frecuentando los cabarets baratos y otros sitios de mala reputación. Swinburne era otro ejemplo. Acosado por los recuerdos de Eton, el poeta acudía a un burdel de St. John's Wood, cuya especialidad era la flagelación, le vice anglais.

Pero si bien Macnagthen nos trae a su principal sospechoso con muchas pruebas a favor de su teoría, algunos autores consideran otros sospechosos y hasta el mismo Mcnagthen entra en la lista.
En 1993 aparece un diario que se presenta como el de Jack el destripador, su autor es James Meybrik un comerciante de algodón de Liverpool que murió en 1989. En el diario no se presentaba información significativa como para aclarar los crímenes asi que en un primer momento se lo trato como falsificación.

Pero en 1990 se halló un pequeño reloj de bolsillo de oro donde está grabado el texto “Yo soy Jack” junto al nombre “James Maybrick", así como las iniciales de las cinco víctimas reconocidas del asesino: Mary Nichols (MN), Annie Chapman (AC), Elizabeth Stride (ES), Catherine Eddowes (CE) y Mary Kelly (MK). Dicho hallazgo ha situado a James Maybrick en el número uno de los sospechosos. Este reloj se descubrió a mediados de los 90, poco después de la aparición del supuesto diario personal de James Maybrick, en el que narraba los crímenes que había cometido.

Aunque hasta ahora se creía que tanto el diario como el reloj eran una burda falsificación para sacar dinero, unos recientes análisis hechos por la Universidad de Manchester han revelado que el reloj podría ser realmente de la época en que Jack se paseaba por la calle Whitechapel haciendo de las suyas. Con la ayuda de microscopios electrónicos se han detectado partículas oxidadas de cobre depositadas en el fondo de las iniciales grabadas en el reloj y que pertenecerían a la herramienta con que se hicieron.

La Universidad de Bristol también lo analizó y certificó que podía tener "decenas de años de antigüedad", pero que no se podía decir con exactitud.
En algun momento Scotland Yard también barajó la posibilidad de que el asesino fuera Lewis Carroll pues se decía que en su poema Jabberwocky estaba escrita una declaración hecha con anagramas.
Como ya he mencionado, la escritora Patricia Cornwell a escrito un libro intentando probar que Walter Richard Sickert (1860-1942), un pintor de origen Alemán radicado en Inglaterra seria Jack el Destripador. La misma dedicó una investigación titulada "Retrato de un asesino. Jack el Destripador: caso cerrado" en la que sostiene, tras varios estudios de la evidencia dejada por el destripador, que las semejanzas entre Sickert y el asesino eran muchas como para pensar en que fuese casualidad.

La última teoría, presentada en 2007 por la investigadora francesa Sophie Herfort, apunta a un oficial de policía, Melville Macnaghten (1853-1921), que visitó las escenas del crimen y que se guardó fotos post-morten de las víctimas y que habría cometido los asesinatos para forzar a su superior a dimitir.” Los investigadores de criminología francesa piensan que “Jack el destripador" era un miembro de la policía, su nombre habría sido Melville Macnaghten. Como ya hemos visto, este policía cumplía la función de número tres en Scotland Yard (agencia de policía inglesa).

Esta hipótesis se basaría en que Melville había sido puesto al cargo del caso en el año 1889, al mismo tiempo que el asesino dejo de matar. Y al parecer este policía siempre dio datos confusos que más que ayudar desviaba la investigación y en que se comparó la letra de Melville con la de una de las cartas con encabezamiento "Querido Jefe" dirigida a Scotland Yard y parece que ambas letras coinciden.
Por supuesto, tampoco se pueden dejar de lado las teorías conspirativas como la que presenta la obra del periodista y escritor Stephen Knight publicada en 1976 bajo el título de "Jack el Destripador. La solución definitiva" de la cual tambien se inspiran el comic de Alan Moore y la película de los hermanos Hugges.

Según esta historia las cinco meretrices víctimas del Ripper intentaban chantajear a la Corona inglesa al conocer el casamiento semi clandestino del Príncipe Albert Víctor, Duque de Clarence con una modesta empleada de comercio de nombre Annie Crook quien tuvo una hija del futuro Rey. A tales efectos, se verificaría una conspiración que involucró a prominentes miembros del imperio (en especial, algunos vinculados a la masonería), y al médico oficial de la Casa Real le tocaría cumplir el encargo de exterminar a las chantajistas conjuradas.

Lo que si debemos dejar de lado es la imagen de drogón del inspector Aberline ya que no hay nada que pruebe que dicho inspector utilizara drogas o alcohol y mucho menos que tubiera dones adivinatorios.
Del inspector que personifica Jhonny Deep podemos decir que nacio en 1843 y se casó 2 veces. Frederick George Abberline muere en 1929 a la edad de 86 años en su hogar, "Estcourt", 195 Holdenhurst Road, Bournemouth.

Sea como sea, Jack el Destripador es un personaje que se metió en la historia del terror como lo han hecho otros personajes del siglo pasado que provienen de la literatura como Drácula, Frankenstein, El Dr Jeckyl y Mr Hide, o el asesino de la calle Morgue.
La diferencia entre estos personajes y Jack es que este último fue real y así lo atestiguaron los cadáveres de Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Catherine Eddows, Elizabeth Stride, Mary Jane Kelly y tal vez Martha Tabram.

Fuentes:
Tom Cullem "Otoño del terror"
Wikipedia
http://www.jack-the-ripper.org/
http://www.jack-the-ripper-walk.co.uk/
http://anglais-lp.ac-rouen.fr/activites/activites_fichiers/Jack_Ripper/les_suspects.htm

4 comentarios:

Joker 23 dijo...

Bueno, la última parte, para imprimir...de verdad...sin quitarle valor a otros post, este me gustó mucho...te felicito...podrias hacer un apartado en la barra lateral dedicado a este post...

Saludos...

Tom/Shine. dijo...

Alucinante, XD.
Y claro, eso es lo chevere (y macabro) de Jack, fue real. Y sobre quien fue en realidad, viajaria en el tiempo, claro, con el peligro de que me encuentre primero. Pero es tema de otra pelicula.
See ya!

calamardo dijo...

fantastico articulo mi querido corto. lo recomendare y espero releerlo pronto. solo me queda felicitarte y esperar que muchos mas puedan acceder a este material. excelente.

Corto Maltes dijo...

Gracias a todos y la verdad es que sudé la gota gorda con este articulo. Ademas despues de ver tanta foto de cadaveres empece a sentirme mal y lo terminé agradecido de no tener que escribir mas sobre este tema.