Lo mejor que tenían, para mi gusto, era esa capacidad de sorpresa que en cada película nos echaban encima ya sea por situaciones extremadamente exageradas o insólitas.
Siempre pensé eso de los Coen hasta que vi “El hombre que nunca estuvo allí” (The man who wasn't there).

Pero Ed sabe que su mujer lo engaña con el jefe de ella (James Gandolfini) y entonces piensa en el chantaje, pero no por ambición o venganza ya que da la sensación de que todo la de igual, sino más bien por hacer algo. La excusa es ese negocio multimillonario que un estafador de poca monta (Jon Polito) le ofrece: el nuevo sistema de “limpiado en seco”.

Pero aquí, como en todo policial negro, las cosas van a salir mal, tanto por su ineptitud, como por su mala suerte. Solo la aparición de esa hermosa joven (Scarlett Johansson) aspirante a pianista, deja vislumbrar una señal de esperanza cuando nuestro personaje se aferra en ayudarla, tal vez, esperanzado de hacer algo bien con su vida a través del éxito que ella consiga.

Quienes se sienten a ver esta película no esperen las típicas escenas de acción o violencia de las que los Coen son especialistas. Ni esperen grandes dosis de humor o sexo o suspenso. Estamos ante una película en blanco y negro, lenta y que acompaña la manera de ser de nuestro protagonista que observa, fuma y piensa (narrando en off) mientras el mundo gira y se hunde a su alrededor.
Claro que los personajes y los sucesos son solo un mero pretexto para construir una historia profundamente conmovedora acerca de la crueldad del destino, la frágil condición humana, la genialidad y, sobre todo, del temible e implacable peso de lo ordinario.

Pocas veces se ha visto esto tan fielmente reflejado en una pantalla como en ese inexpresivo rostro que Thornton exhibe plano tras plano, o en esa voz de ultratumba que, más que narrar, "arrastra" el relato desde su inicio hasta su fin.

De la misma manera lo hace Frances Mc Dormand que con poca cosa nos brinda momentos alucinantes y de alta calidad como cuando su personaje descubre la verdad.
Sin apresuramientos, con un pausado manejo de los tiempos y los ritmos logrando que las escenas parezcan fluir una tras otra, preocupándose por dotar de belleza cada encuadre, los hermanos Coen se cuelan en el mundo del peluquero, jugando con la palpitante contradicción entre la quietud silenciosa de sus movimientos y la actividad incesante de sus pensamientos, que se revelan en off.
La magistral fotografía, del viejo amigo de los Coen, Roger Deakins, algo suave, con demasiada luz, que se note el blanco a la limpieza de la película, conjuntándose con la ironía de un almacén de ropa fina, un negocio de lavado en seco y acercamientos del cabello que se corta y todo acompañado por una banda de sonido compuesta por Beethoven y Mozart de fondo, que suavemente nos da notas de color en breves pinceladas esporádicas.
Esta es una de esas películas que a medida que la vuelves a rever mas cosas les descubres y al contrario que en la teoría de la incertidumbre (entre más miras algo, menos lo conoces) mas entiendes a Ed Crane y lo que le sucede.
Estamos ante una joya del cine actual (a mi manera de ver) que no dejara indiferente a los amantes del buen cine y a quienes gusten de un producto bien armado. Con personajes complejos y bien desarrollados y con una historia que dejara espacios en blanco para que la mente del espectador las rellene con su parecer.
El hombre que nunca estuvo allí viene a demostrar, una vez más que el CINE, así, con mayúsculas, es, simplemente, una cuestión de talento; y de eso, los hermanos Coen andan más que sobrados.
Como ya dije en otra oportunidad, una película que logra dejarte pensando... y eso es mucho.
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